Mi noche con el tablero: aniversario de la Ouija y la sombra que quedo
- Kalmet Ediciones
- 28 may
- 2 Min. de lectura

Nunca pensé que un trozo de madera pudiera cambiar la forma en que escucho el silencio, pero eso ocurrió la última semana de mayo, justo cuando se conmemora la patente de la Ouija concedida a Elijah Bond en 1890. Desde entonces, cada año me alcanza un escalofrío muy concreto: el recuerdo de aquella sesión —y de todo lo que investigué después para intentar comprenderla.
1. Preparativos: entre historia y temeridad
Había leído que el tablero nació en pleno furor espiritista. Elijah Bond, Charles Kennard y luego William Fuld lo convirtieron en un producto doméstico, un “juguete” capaz de conectar con los muertos. «Un tablero parlante», decían los anuncios de 1901. Esa noche, guiado por una mezcla de curiosidad y arrogancia, imprimí mi propio alfabeto en papel amarillento y fabriqué una planchette con una copa de cristal invertida.
2. Baja a la mina: el escenario de la imprudencia
Elegimos la mina abandonada de Piedra Negra, en Zacatecas. Éramos cuatro estudiantes convencidos de que la acústica subterránea añadiría dramatismo. Colocamos el tablero sobre un bidón oxidado, rodeados de polvo y vetas de cuarzo que parecían escarchar la oscuridad. Encendimos linternas y una vela.
23:14 h. Respiran las rocas, pensé, cuando la planchette empezó a deslizarse: «YO HABITO AQUÍ».
Nos reímos. Nadie —decíamos— presionaba la copa. Alguien mencionó la hipótesis ideomotora: micromovimientos involuntarios. Pero la vela vaciló y una corriente helada apagó dos linternas a la vez.
23:17 h. Un silbido metálico reverberó. Grabadora abierta. Luego tres golpes, cada vez más profundos.
3. El desgarro
Cuando pregunté «¿Qué quieres?», la copa avanzó lenta hasta la “M”, luego “I”, “E”. M I E D O. Sentí un tirón en el estómago: algo más que nervios. Martín, el más escéptico, arqueó la espalda en una convulsión seca. Vi marcas circulares en sus muñecas, como quemaduras de escarcha.
23:40 h. Salimos a trompicones. Afuera, el aire parecía hiriente y metálico. Durante semanas, el olor a ozono persiguió nuestros cuartos; la grabación mostraba ocho golpes rítmicos —número alquímico del azufre, me dijo luego un profesor de simbología.
4. Lo que descubrí después
Ouija y sugestión grupal: la ciencia habla de ideomotor y contagio emocional. Aún así, hay docenas de expedientes policiales como el Vallecas (España, 1990) donde los fenómenos “objetivos” llegan a tribunales.
Peligros psicológicos: insomnio, ansiedad, delirios compartidos. Martín tardó meses en dormir sin luces. A veces me escribe al amanecer: «¿Lo oyes tú también?»
Riesgo espiritual: médiums advierten que el tablero es un portal que se abre fácilmente y rara vez se cierra del todo. No he vuelto a intentar clausurar el nuestro.
5. A modo de advertencia (y homenaje)
Hoy, aniversario del tablero parlante, escribo esto como testimonio. La Ouija no es un teclazo de mercado vintage: es un espejo que devuelve lo que llevas dentro, amplificado por la oscuridad colectiva. Si decides “jugar”, recuerda despedirte, cerrar la sesión y no preguntar aquello cuyo eco no soportarías.
Una vez escuché que los fantasmas no habitan las casas, sino las conversaciones que dejamos abiertas.
Yo dejé una. Y a veces, cuando se apaga la luz, el tablero sin letras me responde igual.
🌙 ¿Alguna historia que te persiga desde el tablero? Compártela —o guárdala—, pero no invoques lo que no estás dispuesto a despedir.
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